Más adelante, no importa cómo ni por qué, cuando la historia de la ciencia y la vida y obra de los científicos se convirtió en uno de mis intereses personales favoritos, Fermi, "el del nivel", pasó a ser un el hombre que perdió a su querido hermano de 15 años ("compinche" en el diseño de turbinas a esa edad!), el hombre que difrutaba sus caminatas en la montaña, solo o con su mujer, el hombre que tuvo que abandonar Italia porque su esposa era judía y era más que problemático para ella seguir al alcance de las garras de Mussolini y compañía. Y así una larga serie de cosas que, salvando las distancias que su genio imponen, lo acercaban a nuestra propia condición humana, a mi propia condición, la misma de María Curie. Ella, al igual que Enrico Fermi y el resto de nosotros, y a pesar, adicionalmente, de esa clásica imagen seria, adusta y casi inexpresiva con que se nos aparece en los libros, amaba, lloraba, luchaba por su Polonia natal sometida a la Rusia de los zares, tenía sexo, tenía hijas y sufrió cuando su esposo murió, como sufrimos o sufriríamos nosotros ante la pérdida de un ser querido y amado como a nada en el mundo.
El 30 de abril de 1906, once días después de la trágica muerte de Pierre Curie, María Curie comenzó a escribir un diario. Acceder a través del mismo a lo más profundo del alma de María en esos días, a los sentimientos de dolor y desesperación que la desgarraban, es una de las experiencias más conmovedoras que he vivido en mis lecturas de biográfías y autobiografías
Este es uno de los fragmentos iniciales:
"Querido Pierre, a quien ya nunca más veré, quiero hablarte en el silencio de este laboratorio, en dónde nunca pensé que tendría que vivir sin ti... Tus labios, que en otro tiempo yo llamaba golosos, están lívidos y descoloridos. Tu pequeña barba grisea. Apenas se ven tus cabellos, porque la herida comienza allí, y por encima de la frente, a la derecha, aparece el hueso que ha saltado. ¡Ah, cuánto has sufirdo, cuánto has sangrado! Tus ropas están inundadas de sangre. Qué terrible choque ha sufrido tu cabeza, que yo acariciaba tan a menudo con las dos manos ... He besado las pestañas que tú solías bajar para que yo las besase, ofreciéndome la cabeza con un movimiento natural... Te pusimos sobre el ataúd el sábado por la mañana y durante el transporte he sostenido tu cabeza. Dejamos el último beso sobre tu rostro frío. Luego, pusimos algunas flores del jardín en el féretro, junto con aquel pequeño retrato mío al que llamabas "el de la estudiantita muy sensata" que tú amabas. Tu ataúd se ha cerrado y ya no puedo verte. No admiito que te tapen con ese horrible trapo negro. Lo cubro de flores y me siento junto a él... Puse mi cabeza sobre (el ataúd)... y con gran tristeza te hablé. Te dije que te amaba y que siempre te había amado con todo mi corazón... Te prometí que nunca daría a otro el lugar que habías ocupado en mi vida y que trataría de vivir como tú hubieras querido que lo hiciese. Y me pareció que de ese frío contacto de mi cabeza con el ataúd surgió algo así como la tranquilidad y la intuición de que todavía encontraría el coraje para vivir. ¿Fue esto una ilusión o una acumulación de energía que procedía de ti y que se condensó en el exterior del ataúd... como un acto de caridad por tu parte?.. Te llevamos a Sceaux y te vimos descender al profundo agujero. Luego un horrible desfile de gente. Quieren llevarnos de allí... Jacques (Curie) y yo nos resistimos, queremos verlo todo hasta el final. Llenan la fosa, colocan ramos de flores. Pierre duerme su último sueño bajo la tierra y es el final de todo, de todo, de todo..."
El 7 de mayo escribió: "Pierre mío, pienso sin cesar en ti, mi cabeza estalla y mi razón se turba. No comprendo por qué tengo que vivir desde ahora sin verte, sin sonreir al dulce compañero de mi vida".
Y escribió el 11 de mayo. "Pierre mío: me he levantado después de haber dormido bastante bien, relativamente tranquila. De eso hace apenas un cuarto de hora y ya tengo ganas de aullar como una bestia salvaje".
La fuente de los párrafos citados es el libro María Curie y su tiempo de J. Manuel Sánchez Ron, publicado en la colección La Nación. Los fragmentos pertenecen al capítulo 2: Un nuevo mundo: la radiactividad, polonio y el radio.
El 30 de abril de 1906, once días después de la trágica muerte de Pierre Curie, María Curie comenzó a escribir un diario. Acceder a través del mismo a lo más profundo del alma de María en esos días, a los sentimientos de dolor y desesperación que la desgarraban, es una de las experiencias más conmovedoras que he vivido en mis lecturas de biográfías y autobiografías
Este es uno de los fragmentos iniciales:
"Querido Pierre, a quien ya nunca más veré, quiero hablarte en el silencio de este laboratorio, en dónde nunca pensé que tendría que vivir sin ti... Tus labios, que en otro tiempo yo llamaba golosos, están lívidos y descoloridos. Tu pequeña barba grisea. Apenas se ven tus cabellos, porque la herida comienza allí, y por encima de la frente, a la derecha, aparece el hueso que ha saltado. ¡Ah, cuánto has sufirdo, cuánto has sangrado! Tus ropas están inundadas de sangre. Qué terrible choque ha sufrido tu cabeza, que yo acariciaba tan a menudo con las dos manos ... He besado las pestañas que tú solías bajar para que yo las besase, ofreciéndome la cabeza con un movimiento natural... Te pusimos sobre el ataúd el sábado por la mañana y durante el transporte he sostenido tu cabeza. Dejamos el último beso sobre tu rostro frío. Luego, pusimos algunas flores del jardín en el féretro, junto con aquel pequeño retrato mío al que llamabas "el de la estudiantita muy sensata" que tú amabas. Tu ataúd se ha cerrado y ya no puedo verte. No admiito que te tapen con ese horrible trapo negro. Lo cubro de flores y me siento junto a él... Puse mi cabeza sobre (el ataúd)... y con gran tristeza te hablé. Te dije que te amaba y que siempre te había amado con todo mi corazón... Te prometí que nunca daría a otro el lugar que habías ocupado en mi vida y que trataría de vivir como tú hubieras querido que lo hiciese. Y me pareció que de ese frío contacto de mi cabeza con el ataúd surgió algo así como la tranquilidad y la intuición de que todavía encontraría el coraje para vivir. ¿Fue esto una ilusión o una acumulación de energía que procedía de ti y que se condensó en el exterior del ataúd... como un acto de caridad por tu parte?.. Te llevamos a Sceaux y te vimos descender al profundo agujero. Luego un horrible desfile de gente. Quieren llevarnos de allí... Jacques (Curie) y yo nos resistimos, queremos verlo todo hasta el final. Llenan la fosa, colocan ramos de flores. Pierre duerme su último sueño bajo la tierra y es el final de todo, de todo, de todo..."
El 7 de mayo escribió: "Pierre mío, pienso sin cesar en ti, mi cabeza estalla y mi razón se turba. No comprendo por qué tengo que vivir desde ahora sin verte, sin sonreir al dulce compañero de mi vida".
Y escribió el 11 de mayo. "Pierre mío: me he levantado después de haber dormido bastante bien, relativamente tranquila. De eso hace apenas un cuarto de hora y ya tengo ganas de aullar como una bestia salvaje".
La fuente de los párrafos citados es el libro María Curie y su tiempo de J. Manuel Sánchez Ron, publicado en la colección La Nación. Los fragmentos pertenecen al capítulo 2: Un nuevo mundo: la radiactividad, polonio y el radio.
Conmovedor. Entendible por el escaso tiempo transcurrido. Cinco años más tarde, de todos modos, se desató el "affaire Langevin", que tuvo notoriedad pública. Nunca supe si fueron realmente amantes (Langevin, una famoso físico, era casado). Tu libro lo menciona?
ResponderEliminarSí, el tema Langevin se menciona y en detalle. Y es muy interesante las reacciones que hubo en distintos círculos. Tal vez haga un artículo sobre eso. Lo que más me gusta es que ese affaire muestra una vez más que Maria Curie era una científica seria pero no era por dentro una fría estatua de bronce, como por desconocimiento algunos suponen, sino un ser humano como cualquiera de nosotros.
ResponderEliminarExacto. El científico también es un ser humano.
ResponderEliminarEn las fotos de esa época la gente sale muy seria, seguramente porque tenían que quedarse bien quietos, pero claro que no eran estatuas. María, además, estaba buena.