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viernes, 19 de agosto de 2011

REVELACIONES HISTORICAS: Cuando Stalin quiso matar a John Wayne

El siguiente trabajo, como otros que estoy subiendo a "Océanos procelosos", lo escribí hace varios años, pero nunca estuvo disponible en un blog, así que disculpen el polvo y las telarañas que puedan encontrar entre líneas:

REVELACIONES HISTORICAS: Cuando Stalin quiso matar a John Wayne

Mientras el extravagante y fallido intento de Stalin de asesinar a John Wayne todavía es considerado una locura, otras acciones más graves y sangrientas, no solo por parte del ex-líder soviético, como consecuencia de una discutible concepción de lo que es locura y lo que no lo es son ubicadas, equivocadamente, en el territorio de la razón.

Por José Alejandro Tropea
Ilustración: José Alejandro Tropea


De regreso a la URSS

Todavía no se habían disipado en el horizonte las nubes de los hongos atómicos, una de las últimas consecuencias ¿necesarias? de la segunda guerra mundial, esa guerra que había visto a Stalin autoaplacado y magnánimo reabriendo las iglesias. O democrático y paternal, cuando el enemigo golpeaba a las puertas de Stalingrado, llamando a la resistencia y la lucha patrióticas (1). Sin embargo, asegurada la propia supervivencia tras la caída de Hitler, castigados los nazis en Nuremberg y repartido el mundo -y los científicos alemanes- a gusto y piacere de los soberanos intervinientes, Stalin regresó a las conductas, sicopatías y rutinas que el conflicto bélico le había llevado a desatender y a veces hasta a suspender casi por completo (2). Esto es la paranoia, las purgas y, en fin, la eliminación sistemática de los "enemigos del pueblo", entre ellos militares, espías y civiles que habían salvado al país, a veces heroicamente, de la invasión alemana.

Luz, recámara, ¡acción!

Mientras tanto, allá en el fuerte, a finales de los cuarenta y comienzo de los cincuenta John Wayne (3) reunía las condiciones necesarias y suficientes para convertirse en la nueva víctima de un más que nunca desviado Stalin (4): el actor norteamericano personificaba en el cine al vaquero más patriótico y representaba el virtuoso ¨american way of life¨. Para exacerbar aún más la obsesión de Josef, era un orgullosamente declarado anticomunista (5).
El escenario elegido para asesinarlo -¿podía ser de otra manera?- fue Hollywood. Específicamente su despacho en los estudios de la Warner y el modus operandi -¿podía ser de otra manera?- fue "a la Hollywood", estuvo a cargo de dos asesinos que personificaron a agentes del FBI (6), pero la historia -¿podía ser de otra manera?- tuvo su happy end hollywoodense. El complot fue descubierto, los villanos fueron capturados y John Wayne siguió cabalgando hasta su muerte en 1979.

La razón que tapa la locura

En su momento Nikita Kruschev (sucesor de Stalin y ex-compañero de fechorías) consideró que esta estrafalaria intentona de Stalin era una locura. Y Orson Welles, en una entrevista del 83, opinó que el hombre estaba para el "chaleco de fuerza" y que "solo un demente intentaría matar a John Wayne" y así en general, cualquiera enterado del caso tenía esa misma opinión: que Stalin, y con razón, estaba loco. Pero ahí donde está la razón también está la grieta: la calificación de demente no era por el hecho de matar sino por hacerlo a pesar de que el asesinato no produciría ningún rédito ni cambio significativo en el statu quo que sostenía el trono de Stalin.
Si John Wayne hubiera representado una amenaza objetiva para su poder y para los intereses políticos y económicos que lo sustentaban entonces sus acciones habrían sido condenadas, calificadas de nefastas y consideradas como jugada política, maniobra maquiavélica o sucia estrategia, pero de ninguna manera como locura, salvo claro que hubiera apelado a medidas desproporcionadas en relación al objetivo (terrorismo, misiles dirigidos a la nuca de John Wayne, etc.) y no al guante blanco y preciso mencionado, con la consiguiente muerte de inocentes, hoy llamada eufemísticamente daño colateral.

Cuando fue asesinado Trotsky en Méjico (7), ni Welles ni Kruschev ni nadie que estuviera convencido de que el autor intelectual era Stalin sugirió que se le colocara el chaleco de fuerza.
Invirtiendo los puntos de vista en la polaridad este-oeste, si Eisenhower hubiera encargado el asesinato de la perra Laika (de haber regresado a la tierra vivita y coleando) por representar los "logros de la gloriosa revolución rusa" y por haber humillado a Estados Unidos en la carrera espacial, al presidente norteamericano se lo hubiera considerado loco de atar. En cambio, si hubiera hecho matar a Nikita Kruschev -entonces presidente de la URSS- habrían sido vistos, él y todos los autores intelectuales y materiales involucrados, como fríos y siniestros conspiradores a las órdenes de complejos intereses y corporaciones político-cívico-militares, no estando en tela de juicio la cordura, el equilibrio mental de quienes planificaban e implementaban las operaciones de inteligencia (CIA, Pentágono o quienes fueran) y el resto de la trama.
Pero aún en el caso de que un crimen modifique la historia, si el autor no lo hace para usufructuar las consecuencias políticas y económicas de su acción entonces también se lo califica de loco, y el razonamiento implícito continúa siendo el mismo: "Hay que estar chiflado para matar gente sin buscar beneficios materiales".

El asesinato con versiones que se bifurcan

El asesinato que cambia la historia en sus dos variantes: buscando o no alguna clase de recompensa o rédito se puede evaluar a través de un hecho histórico concreto: el asesinato de Kennedy.
Claro, la historia no puede suceder de dos maneras, pero acá, irónicamente, viene en nuestra ayuda un flanco indeseable de cualquier poder de turno, que es el ocultamiento sistemático, la tergiversación y la manipulación de cualquier hecho con significado, consecuencia y costo políticos que se produzca (atentados, tratados, guerras, resultado de negociaciones, ilícitos, pactos, litigios, licitaciones). En este caso específico ese desconocimiento por parte de los ciudadanos rasos de lo que hubo detrás de las versiones oficiales dividió la opinión pública en dos: los partidarios del asesino solitario, sin incentivos ni ambiciones políticas, completamente indiferente a los eventuales beneficios del magnicidio y los inclinados por el crimen inteligentemente planificado, fríamente ejecutado por parte de organizaciones y/o corporaciones, gubernamentales y/o no gubernamentales, que responderían a determinados intereses y objetivos.
Para los primeros, más propensos a una visión idealista y romántica del asunto, proclives a emocionarse con imágenes telenovelescas y amarillas como John John saludando el paso del cadáver de su padre, el asesinato fue una locura. Para los segundos, más realistas y pragmáticos, inclinados por la conspiración, tal vez aficionados al leit motiv de los Expedientes Secretos X y a las novelas de espionaje de la guerra fría, los autores intelectuales y materiales son unos miserables, dignos de rechazo, próximos a una inteligencia macabra y maestra, dominada por capas cerebrales más primitivas, las del reptil, pero siempre lejos de necesitar una camisa de fuerza o una temporada en el infierno de una casa de salud mental.

Razones de estado versus locuras de estado

Así, colocando etiquetas de locura y cordura, de sinrazón y conjura, a discreción y con una gran carga de subjetividad, nuestros juicios -especialmente de cien años a esta parte- se han vuelto menos confiables.
Lo mismo ha sucedido con la capacidad crítica para fijar la atención en las cuestiones centrales de la historia. Se ha vuelto distraída y simplificadora, concentrándose en lo anecdótico y no en lo esencial, en el síntoma más que en la enfermedad, en la locura del cosaco que quiso matar al "pérfido" cowboy de Hollywood más que en las consecuencias que tenía, fronteras adentro, ese desequilibrio de la mente de quien era el estado. Porque en la URSS, mientras se desarrollaba la conocida trama en Hollywood, los derechos y las libertades eran manipulados, más que por razones de estado (a veces igualmente cuestionables) por locuras de estado, camufladas, encubiertas y justificadas como razones de estado. Un arsenal de teorías, propaganda ideológica, paraísos prometidos, discursos políticos y manifiestos estuvo al servicio de maquillar la locura de los gulags, las purgas y la ingeniería social. Y en el paroxismo de la paradoja los disidentes, último bastión de cordura frente a la demencia del estado eran internados por insanos en clínicas siquiátricas. Eufemismo esto último por centros de detención o confinamiento.

"El estado soy yo"

Esa locura de estado, que no fue exclusiva de Stalin -también Hitler, Mussolini y una legión de reyes, generales, zares y representantes de Dios a lo largo de la historia y a lo largo de todo el espectro ideológico- responde a una mecánica muy simple: si un trastornado es el estado entonces el estado está trastornado. Toda la demencia, la insania, el desequilibrio y las conductas sicópatas de uno están en el otro, afectando a su vez a la sociedad con las consecuencias que son historia conocida, mientras para el recuerdo solo queda la imagen superficial, inofensiva y pintoresca de un disparatado duelo Stalin-Wayne en la calle principal del pueblo.

REFERENCIAS

1 - El 3 de julio de 1941 Stalin dio su célebre y dramático discurso llamando al pueblo a resistir a los invasores nazis.

2 - Stalin (1879-1953) en 1924 ocultó un documento de Lenin que lo inhabilitaba para la sucesión por falta de escrúpulos.

3 - John Wayne, cuyo verdadero nombre era Marion Morrison, nació en 1907 y murió en 1979.

4 - Según "John Wayne-El hombre detrás del mito", una nueva biografía del escritor y actor inglés Michael Munn.

5 - Apoyó la caza de brujas anticomunista dirigida por el senador Joseph McCarthy.

6 - Con posterioridad a la muerte de Stalin y a pesar que Nikita Kruschev canceló el objetivo en 1953, hubo otro intento, por parte de grupos comunistas americanos, de asesinarlo cuando se filmaba en México "Hondo". Hubo otro intento mientras visitaba las tropas americanas en Vietnam.

7 - Trotsky fue asesinado en México en 1940.


Copyright © 2005 José Alejandro Tropea

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