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viernes, 19 de agosto de 2011

Orson Welles y el día después de la obra

El siguiente trabajo, que ahora publico en "El filo de la utopía", no es inédito, pertenece a una serie de artículos que escribí y publiqué anteriormente, algunos hace varios años, en mis propios webs y blogs.

"Lo peor es cuando has terminado un capítulo
y la máquina de escribir no aplaude"
Orson Welles (1915-1985)

A lo largo de la historia se ha hablado mucho de la famosa, desafiante e intimidante página en blanco, que también es la tela en blanco del pintor, o la masa informe y el espacio vacío del escultor y de manera similar "es" los demás medios del arte en expectante estado virginal. Sin embargo no solo el "antes" de la obra está sembrado de ansiedades o sensaciones adversas, también el "después", aunque por causas venidas de afuera, tiene lo suyo para el artista que la gestó. La frase de Orson Welles es más que elocuente respecto a lo que a veces le aguarda al artista después del parto creativo. Y claro, sus palabras también hablan de la dependencia, no siempre reconocida ni ante los demás ni ante sí mismos, que los artistas tienen de la reacción del público y del miedo al fracaso.

En ese sentido y en un acto de soberbia, yo perfeccionaría las palabras del hacedor de El ciudadano y diría que "lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquna te abuchea". O yendo más lejos todavía, y reconociendo mis más abismales miedos provocados por el después: "lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina te tira tomates y huevos desde la primera fila".

Y a pesar que uno sabe que ¿su majestad? el público -en el que incluyo por ejemplo medios, editores, galeristas, críticos, jurados de concursos, colegas-, puesto a juzgar más que a expresar simplemente si una obra le gusta o no le gusta, a veces se equivoca y obras artísticamente exitosas o geniales fracasan, su veredicto no es fácil de ignorar. Sobran los ejemplos de esos juicios escandalosamente injustos o equivocados, pero nunca alcanzarán para mitigar la angustia del después de la obra: los lienzos de Van Gogh, en vida (salvo al gran ser humano que fue su amado hermano) no interesaban ni a los perros; el estreno de "La consagración de la primavera" de Stravinsky fue recibida de la peor manera, abucheada; la primera novela de la saga de Harry Potter fue rechazada por ocho editoriales; una cantidad interminable de finalmente exitosos conjuntos de rock pasaron por años de ser ignorados o subestimados... y sigue la ecléctica lista.

En fin, entre el ataque con tomates y huevos y la aceptación o compra de la obra por parte del público no hay más que una delgada línea divisoria, suficientemente delgada para mantener angustiado al artista más duro y ni que hablar si de ese rechazo o aceptación depende su supervivencia económica, el "plin! caja", única preocupación que ya no tienen aquellos que acumularon suficientes millones en sus cuentas bancarias para nadar y chapotear como el tío Rico en una piscina llena de dólares.

Y ni siquiera el resultado opuesto de lo que dijo Orson nos pone a salvo de angustias y bajones emocionales, porque también es cierto que "Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina te aplaude a rabiar". Ahí empieza otro calvario, el de tratar de al menos igualar ese aplauso en la siguiente obra. Muchos artistas de un solo éxito pueden dar fe de esto.

La moraleja podría ser que todo tiene un precio y que si este, el de las filosas y cortantes veleidades de la "máquina de Welles" es el que hay que pagar para seguir adelante llenando páginas en blanco, yo estoy dispuesto a pagarlo, especialmente, de soberbio como siempre, el de escuchar a la máquina aplaudirme a rabiar (Je!").

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