El siguiente trabajo, que ahora publico en "Océanos procelosos", no es inédito, pertenece a una serie de artículos que escribí y publiqué anteriormente, algunos hace varios años, en mis propios webs y blogs.
POLITICA Y SOCIEDAD: Escenarios triunfalistas
Utilizados como medio de manipulación de individuos y sociedades enteras, nacidos espontáneamente por causas genuinas y legítimas, o cabalgando a medio camino entre la intencionalidad de los primeros y la inocencia de los segundos, los escenarios triunfalistas han estado presentes a lo largo de la historia en todos los órdenes (político, económico, deportivo, comercial, militar) y en todo el orbe.
Por José Alejandro Tropea
Ilustración: Eugène Delacroix. "La Libertad guiando al pueblo" París, Louvre.
Entonces la serpiente le dijo a Eva, a propósito de la prohibición por parte de Dios de comer del árbol situado en medio del Jardín del Paraíso: "Dios sabe muy bien que el día en que comiéreis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Génesis 2-5). Con esta estrategia no hizo otra cosa que recurrir a un escenario triunfalista para seducirla y convencerla -y a través de ella también a Adán- de probar el fruto prohibido.
Si el relato hubiera entrado en mayores detalles podríamos imaginar al hábil ofidio bíblico rematando su convincente y seductor discurso diciéndole a la incauta pareja "Pensad en las maravillas que os aguardan. ¡Vamos! ¡Comed y a triunfar!", o algo parecido.
Apenas había comenzado la historia, en este caso desde el punto de vista bíblico y ya entraban en escena los escenarios triunfalistas, como en la historia real, donde también han existido desde los primeros esbozos de civilización y en todos los contextos (social, cultural, económico, político). Han surgido espontánea o deliberadamente, legítimos o ilegítimos, a manos de individuos, sociedades, gobiernos, corporaciones y civilizaciones enteras. Esencialmente son construcciones irreales, ilusorias o imaginarias, exageradamente optimistas pero convincentes, que describen o prometen, seguras de sí mismas (por convicción) o aparentando estarlo (por simulación), un panorama presente o futuro de éxito, felicidad y prosperidad (económica, profesional, sexual, espiritual), entre otras metas y aspiraciones.
Escenarios triunfalistas "tradicionales"
Aunque nunca hayamos analizado en detalle o en profundidad este tema, existen escenarios triunfalistas por antonomasia, clásicos que cualquiera de nosotros puede reconocer fácil y rápidamente. Está el futuro de prosperidad colectiva y plena justicia para todos que prometen los candidatos en las campañas electorales.Otro es la afirmación oficial, en caso de guerra, de que se la está ganando -o que se la va a ganar- a pesar que se la está perdiendo. Y otro es la descripción de un futuro panorama exitoso para cualquier plan económico, aun si es lanzado en medio de una situación de crisis, utilizando ingredientes también archiconocidos: se profetiza un gran crecimiento económico, la derrota de la evasión fiscal, el fin de la desocupación, la recuperación del consumo y el fin -según el caso- de la depresión, la recesión o la inflación.
En estos casos tradicionales se trata de un engaño deliberado, un fenómeno subjetivo. Detrás de la impostura el objetivo es mantener bajo control las reacciones de la sociedad, o conducirla hacia determinados destinos, más convenientes y redituables para los conductores que para sus conducidos u obtener beneficios -aquí hablamos en general, no solo de países, sino también de individuos y organizaciones- a costa de los seguidores ganados para la "causa" del triunfalismo vendido a los mismos. Otras veces es necesario montar el espectáculo hacia el exterior, para dar una imagen interna de orden, prosperidad, satisfacción social y respeto por los derechos humanos.
Algunos ejemplos
- En un capítulo de la clásica serie Zorro de los Estudios Disney, protagonizada por Guy Williams, la situación social del pueblo era pésima. Cuando el Comandante supo que un enviado de la corona española visitaría el lugar para inspeccionarlo, montó, por la fuerza claro, un escenario de felicidad y prosperidad que le aseguraría mantener su puesto y seguir recibiendo el necesario (para el y sus secuaces) apoyo económico de la corona. El pueblo, colocado al costado del camino, recibió con inmenso júbilo al hombre de la corona, mostrándose alegre y festivo y lejos de padecer penurias de alguna clase, menos todavía económicas.
La "estrategia del comandante" ha sido utilizada permanentemente a lo largo de la historia. Con más sutileza, en forma menos explícita y por caminos a veces más retorcidos o menos pintorescos, pero esencialmente se trata de lo mismo.
Apelando a la "estrategia del comandante" algunos países han buscado que desde el exterior se asocie el éxito de los deportistas olímpicos con una situación interna de progreso, felicidad y satisfacción social.
Apelando a la "estrategia del comandante", algunos gobiernos, ante la visita de organismos crediticios internacionales, les presentan a estos un escenario futuro de exitosa disciplina fiscal, seguridad jurídica a prueba de balas y patriótica coherencia política, para obtener sus bendiciones económicas. Existe, incluso, una necesaria (para el gobierno) relación de proporcionalidad inversa entre el éxito futuro aparente y la gravedad de la situación real interna.
A nivel doméstico, y a veces no tanto, nos encontramos con el uso del triunfalismo como recurso para la búsqueda de beneficios económicos a costa de la credulidad de las víctimas, por ejemplo a través de:
-Soluciones mágicas para la calvicie, la obesidad y la celulitis.
-Asociar productos como el alcohol o la droga con el camino al éxito, la libertad y la inspiración creativa
-Presentar cursos relámpago como la panacea económica.
-Reducir sueldos con la promesa de que una vez pasada la crisis la empresa será próspera y el sacrificio se verá recompensado.
-Las cadenas de éxito económico personal, antes por correo convencional y ahora por correo electrónico.
El "montaje del escenario"
Una representación teatral exitosa es el resultado de un intenso trabajo previo, de la organización y la planificación y la presencia de personal -creativos, técnicos, artistas, estrategas de la publicidad y el marketing- que posea talento para esas actividades. Se requiere de acciones y condiciones similares para que un escenario triunfalista sea convincente y pueda ser instalado en la sociedad.
No es imprescindible, pero si decisiva, la presencia de líderes o personajes carismáticos capaces de vender, si fuera necesario, las promesas más extravagantes, inverosímiles o inconsistentes (que sus seguidores pongan las pasiones por encima de la razón juega decididamente a favor de estos personajes y su estrategia de seducción, manipulación y convencimiento).
La manipulación de la información también es necesaria y decisiva. El uso de los medios de comunicación, la prensa y la publicidad. También el ejercicio de la censura directa o indirecta a través de la omisión y desinterés por las noticias desfavorables a la credibilidad del espejismo y de la divulgación y exaltación exclusivamente de aquella información que eventualmente convenga comunicar.
La reducción, intencionada o no, del horizonte informativo e intelectual, una educación deficiente o incompleta; estrechar, si es posible, la capacidad de análisis y juicio crítico y permitir o inducir el desinterés de la sociedad en su conjunto por los sucesos locales e internacionales, por la propia historia y la de la humanidad en general, por cualquier dato que permita contrastar, comparar y sacar conclusiones que dejen al descubierto imposturas y espejismos. Una sobredosis deliberada de "circo" -más allá, claro, de la natural y comprensible dosis necesaria y merecida de placer y solaz (¿quien no la merece?)-, para desviar la atención o quitar cualquier impulso por prestar más atención al escenario triunfalista y a su entorno. Esta escasez de interés, información y criterio facilita sostener y hacer más convincente el engaño.
Manteniendo la obra en cartel
No es suficiente con que el escenario haya sido instalado con éxito en la sociedad, es necesario sostenerlo. Por un lado evitando perder la confianza y el apoyo de quienes adhirieron a él (los creyentes) y por otro "reduciendo" el conjunto -y la amenaza- de quienes permanecen al margen (por indiferencia o por disidencia). En este último caso la acción menos cruenta es intentar convertirlos pacíficamente -lo que de paso aumenta el número de seguidores-, por ejemplo echando mano a la demagogia, el clientelismo y la manipulación de los medios de comunicación. Si esto no es posible se trata de "neutralizarlos" y en el peor de los casos de eliminarlos.
Sin embargo existe un límite objetivo. Por la dureza de las acciones que se emprendan estas no deben afectar la credibilidad del escenario ni poner en riesgo la ilusión que ha sido creada ni descubrir el velo que oculta el engaño a los seguidores ya existentes. Y si el empleo de la fuerza y la violencia se vuelven inevitables es necesario, al menos, legitimarlas. La mejor manera de hacerlo es fabricando ante los adeptos una imagen negativa y dañina de los opositores, convirtiéndolos, según los casos y las necesidades, en "traidores, enemigos, locos, idiotas, ignorantes, hombres inferiores, pesimistas, paranoicos, delincuentes, incapaces...".
Es cierto que si el régimen es totalitario, la población está sojuzgada y puede ser controlada o conducida por la fuerza, sin necesidad de armar un escenario ilusorio de triunfo hacia el objetivo que se quiera. Pero el costo siempre será menor si es menor la resistencia que oponga la sociedad. Esto hace que los escenarios triunfalistas no estén ausentes en sistemas totalitarios, fascistas, dictatoriales...
Delegando las tareas
La sagacidad de la serpiente fue más lejos de lo que parece. Además de conseguir que Eva muerda el fruto prohibido, delegó en ella la tarea de convencer a Adán de hacer lo mismo. Esta estrategia se confirma posteriormente, cuando Dios le pregunta a este último "¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer?", y este le responde "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí" (Génesis 2-11 y 2-12).
De la misma manera, tanto en el proceso del montaje como en el de mantenimiento -y eventual incremento de la audiencia- de los escenarios triunfalistas, las tareas pasan también en parte, o en gran parte, a manos de los creyentes. Esto se da tanto subjetiva como objetivamente: aunque el promotor no incite calculadamente a sus seguidores para que hagan su trabajo, estos, encandilados por el canto de sirenas del escenario triunfalista, asumen espontáneamente el compromiso de incorporar nueva gente, defender lo que ya se ha ganado y "reducir" a los opositores. En este sentido al promotor lo favorece llegar, deliberada o espontáneamente, a la masa crítica que provoca la reacción en cadena, esto es un número suficiente de gente a favor del engaño que convierta el apoyo a este en autosostenido, expandiéndolo voluntariamente.
Aquí "promotores" y adeptos coinciden en matar opositores, pero la coincidencia oculta una diferencia: mientras los adeptos creen que el asesinato ayuda a sostener y defender la "verdad", para los promotores representa una forma conveniente de sostener y fortalecer el engaño.
Escenarios triunfalistas objetivos
No necesariamente el escenario triunfalista nace de mentir deliberadamente, de maniobras con las que se buscan objetivos determinados y beneficios que en general son a costa y en detrimento de los seguidores del espejismo que se ha fabricado. Existen escenarios que surgen espontáneamente, sin que medie una intención de engaño -aunque sí puede existir el autoengaño individual y colectivo-, ni existen móviles que puedan considerarse condenables o inmorales.
Se trata de escenarios triunfalistas objetivos, que para diferenciarlos de los anteriores, subjetivos, los llamamos escenarios triunfales. Su origen obedece a una o a varias causas: los miedos y la incertidumbre ante el futuro, la necesidad de concretar ideales de "libertad, igualdad y fraternidad", los errores de cálculo (político, económico), la ignorancia en diversos campos del conocimiento y una excesiva e ingenua confianza en la honradez y el sentido común para llevar las cosas a buen término, también la tendencia a sobreestimar nuestras virtudes y capacidades (¿o a subestimar nuestro lado oscuro?) y, como siempre, las pasiones, que superan cualquier argumento racional, a la hora de darle crédito a estos escenarios de esperanza.
Algunos ejemplos
-Al finalizar la primera guerra mundial, el horror y el desastre vividos hicieron pensar en una humanidad capaz de aprender de sus propios errores y de las consecuencias de sus desviaciones morales y se imaginó que la supuesta madurez adquirida y el sentido común asegurarían un futuro de paz permanente. Al finalizar la segunda guerra mundial y a pesar de la frustración de aquel escenario incumplido de la posguerra anterior, la terrible experiencia vivida -a la que se sumaron el Holocausto y las dos bombas atómicas lanzadas sobre Japón-, llevó a imaginar nuevamente el mismo y finalmente frustrado triunfo del sentido común y la convivencia pacífica.
-La caída del muro de Berlín y la reunificación de las dos Alemanias, prometía, particularmente para la Alemania oriental, un futuro exitoso y próspero muy alejado de la situación actual.
-La línea Maginot, una línea defensiva construida entre 1929 y 1931 que protegería exitosamente y "para siempre" a Francia de cualquier amenaza de invasión en la frontera este, de Bélgica a Suiza, no pudo detener en 1940 a los ejércitos alemanes, que arrasaron con ella.
-No sería exacto considerar a las utopías -específicamente sus propuesta o modelos- como un escenario de triunfo, pero sí existe un escenario triunfalista allí donde se idealiza la actitud y capacidad del hombre para concretar y sostener esos modelos ideales de sociedad.
Escenarios triunfalistas turbios
No siempre es posible definir un escenario como triunfalista o triunfal. No es posible considerarlo ni subjetivo ni objetivo, ni un engaño prefabricado ni una visión espontánea. A menos que preponderen netamente unas u otras características los casos terminan ubicándose a medio camino entre ambos, y no por una incapacidad intelectual para resolverlo, sino porque en principio no es posible hacerlo. La espontaneidad, la sobreestimación de nuestra moral y los impulsos idealistas se mezclan inextricablemente con la soberbia, con la creencia en la capacidad de la ciencia y la tecnología para mejorar, por sí solas, la moral de la especie, con el fundamentalismo en cualquier orden y con los intereses (ilegítimos) creados de toda índole, volviendo turbio el escenario.
Algunos ejemplos
-Los avances de la ciencia y la tecnología -y de su beneficiaria inmediata y privilegiada, la industria-, a finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, hicieron augurar un futuro luminoso de prosperidad sin fin, donde todos esos logros racionales serían volcados de lleno a la creación del paraíso (perdido) sobre la tierra. La máquina era buena y había llegado para quedarse y salvar al hombre, lo liberaría del trabajo y acabaría con la pobreza, las hambrunas y la injusticia social. Las utopías futuristas del siglo diecinueve son hijas de esta creencia.
-En 1914, -justamente en el umbral del derrumbe del escenario anterior- la combinación de la fe en la máquina, la soberbia (antes y durante la travesía) y la ignorancia de cierta tecnología involucrada, llevó a considerar al Titanic un barco insumergible, el triunfo de la incipiente sociedad técnica.
-Hitler, acompañado en su visión por gran parte de la sociedad (y esto incluye desde una florista hasta intelectuales de fuste), aseguró para Alemania un imperio de 1000 años.
-La nueva fiebre del oro que significó inicialmente Internet llevó a proyectar para la nueva economía un esplendor ilimitado en varios sentidos.
-A pesar que las predicciones de prosperidad prometida por la tecnología del naciente siglo veinte resultaron un fiasco -al menos en relación a las expectativas del escenario proyectado-, actualmente se repite ese triunfalismo, amplificado en la misma proporción en que el poder tecnológico se ha multiplicado en estos cien años.
-Un gobierno a punto de caer generalmente no reconoce oficial y públicamente la precariedad de su situación. Por el contrario, sistemáticamente, al borde del abismo institucional, se arma un escenario -como mínimo relativamente- triunfalista: "todo está bien o, como mínimo, estable". En 1989, Erich Honecker, que fue el último jefe de estado y presidente del PSD (Partido del socialismo democrático) de la República Democrática Alemana, con los ladrillos del muro de Berlín "a punto de caer sobre su cabeza" ese mismo año, garantizó que el mismo se mantendría de pie por 50 o 100 años más.
-La promesa futura que aglutina a los seguidores de ciertas sectas de ovnis es un escenario de triunfalismo extremo. En un discurso que roza el estilo de nuestra vieja conocida la serpiente bíblica, se promete que tras el autosacrificio viene otra vida en un mundo extraterrestre, un paraíso técnico y espiritual, el acceso a una verdad y conocimiento superiores.
-Al finalizar la guerra fría, por tercera vez surgió un escenario triunfalista global de posguerra. Esta vez, entre espontánea e intencionadamente se proyectó un futuro (este presente), sin amenazas globales, creciente prosperidad económica y social, cooperación internacional, "el fin de la historia", "el fin de las ideologías", etc. En contraste dramático con esto el atentado del 11 de setiembre de 2001 en Estados Unidos nos ha mostrado que la muralla que separa el paraíso del armageddón no tiene, al menos, la fortaleza que triunfalmente se había imaginado.
El desenlace de la historia
El destino de una sociedad -o de la parte de ella- que ha seguido o "comprado" un escenario triunfalista es historia archiconocida. La regla es que tales escenarios no se concretan, sus promotores salen bien parados y se llevan el botín, o salen como mínimo sanos y salvos, mientras los seguidores, creyentes o engañados -o autoengañados- pagan un alto precio por haber errado en sus cálculos, apostando a un espejismo al que confiaron sus vidas y sus bienes, su dinero y sus ilusiones.
En el relato bíblico inicial, después de cometido el pecado, Dios toma cartas en el asunto y nadie la saca barata, en este caso ni los mentirosos. La serpiente fue maldecida y condenada a caminar sobre su vientre y, claro, a morder el polvo. A Eva se le avisó que sus embarazos y partos no serían una fiesta. Y para Adán el panorama no fue mejor, el suelo fue maldecido y él fue condenado a ganarse el pan con el sudor de su frente -justamente trabajando el suelo previamente maldecido- hasta el día que regresara a ese suelo. Y por si le quedaban dudas del significado de esto último, se le explicitó que del polvo era y al polvo volvería. Finalmente la pareja fue expulsada del Paraíso (Génesis 2-14, 2-17, 2-18, 2-19 y 2-23).
Aparentemente el panorama no podría ser más desalentador y devastador. Sin embargo aquí hay una oportunidad para el triunfalismo: Dios, al ver que el hombre ya era como uno de ellos, en lo que se refiere al conocimiento del bien y el mal, dejó frente al jardín del Paraíso una suerte de guardia pretoriana, compuesta de querubines fuertemente armados con espadas llameantes, protegiendo nada menos que el acceso a otro árbol, el de la vida, no fuera cosa que alguien metiese la mano para comer de el y viviese para siempre (Génesis 2-22 y 2-24).
Es improbable, claro, sorprender y reducir a estos querubines con cara de pocos amigos, sin embargo los triunfalistas nos dirán que no es imposible y nos asegurarán que lo primero que robamos (el conocimiento) nos servirá para encontrar la manera de robar lo segundo (¿tal vez trasplantando la conciencia a una máquina, inanimada pero eterna?). Y callarán que en este caso, como pasó en el primero (y como pasa en todos), a continuación del éxito sobrevendrá un castigo ejemplar, tan desconocido como doloroso. En este sentido podría darse la ironía suprema, que el castigo por haber robado la vida eterna sea esto mismo: la inmortalidad, quedar prisionero eternamente en una envoltura carnal, sin otros horizontes que los ya vividos, quedar para siempre confinado en un cuerpo físico torpe y limitado en sus posibilidades, condenado a bochornosas y miserables leyes naturales, incapaz de desplazarse por el espacio-tiempo. Todo esto, para colmo, en un universo que tal vez la ciencia logre hacer eterno evitando su muerte térmica o frenando, si así estuviera sucediendo, un eventual y catastrófico big crunch (esto es la compresión del cosmos hasta volver a ser el punto infinitesimal previo al big bang), mientras que aquellos que hayan rechazado alcanzar semejante objetivo siguiendo a los triunfalistas, accederán, dejándose morir, a la genuina y completa inmortalidad, que consiste en la vida más allá de la muerte. Pero esto último tal vez sea -y podemos equivocarnos- otro triunfalismo ¿usted que cree?...
El escenario en la frase
Además del ofidio bíblico hubo siempre otros que supieron "qué es lo que queremos escuchar". A lo largo de la historia muchas frases, tan breves como celébres, sintetizan en sí mismas escenarios triunfalistas. Ante nuestro recuerdo desfilan, triunfales, algunas de ellas:
"El que apuesta al dólar pierde" (aseguró el triunfo del peso argentino en las vísperas de una de sus tantas caídas).
"Estamos ganando" (afirmó el triunfo de Argentina en la guerra de Malvinas, mientras se estaba perdiendo).
"Libertad, Igualdad, Fraternidad".
"Dios y la Patria me lo demanden" (juramento al asumir un cargo que pretende garantizar el triunfo de la voluntad y el sentido de la honradez sobre la tentacion, el triunfo de la justicia divina y humana en el ejercicio de cuanto cargo público existe).
"Bárbaros, las ideas no se matan" (afirmó que las ideas son invulnerables, pero no existen sin hombres que las piensen y estos son susceptibles de ser asesinados).
"Lo importante no es ganar sino competir".
"Lean mis labios: no más impuestos" (Bush padre en campaña para la presidencia).
"La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo".
"Hasta que la muerte nos separe".
Copyright © 2001 José Alejandro Tropea
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